Minuto 90
mauricio yáñez
Puedo decir que con
el paso del tiempo ha llegado la amargura. Cada una de las partes de mi mente y
mi cuerpo se resisten a la inclemencia del tiempo. El tiempo lo es todo.
Una
fracción de segundo es lo que se necesita para cambiar una vida. Pasar de una
existencia gloriosa a una vida ruinosa, es cosa que ésa micro fracción de
tiempo trae consigo y la hace tan importante.
Me
dediqué al fútbol durante muchos años. Fui la estrella del equipo, un dios para
el público y un héroe para mis compañeros, todos me adoraban. Pero la efímera
gloria se la llevó la fatalidad.
Era
un domingo de final de campeonato. Las apuestas estaban muy parejas y ninguna
escuadra daba ventaja. Durante la semana previa al encuentro, los capitanes se
dedicaron a calentar los ánimos, tanto de sus equipos como del público.
El
encuentro transcurrió con muchas emociones, pero sin alcanzar a definir un
vencedor. El minuto noventa estaba próximo, todo parecía indicar que tendríamos
que aplicar un esfuerzo adicional en los tiempos extras e incluso llegar a los
penaltis.
No
obstante que habíamos llegado al minuto noventa, el cobro de la falta tendría
que ejecutarse antes de concluir el partido.
El
capitán de mi equipo tomó serenamente el balón y me lo entregó, me dijo que
nadie mejor que yo para cobrar la pena máxima y convertir al equipo en campeón.
Era
el final del partido. Después de noventa minutos de acciones seguía
prevaleciendo el empate. En mis botines tenía la oportunidad de darle el
triunfo al equipo y por ende el anhelado campeonato. Agarré el balón y lo
coloqué en el lugar que indica la regla.
El
árbitro nos llamó el portero del equipo contrario y a mí, lo mismo que a cada
uno de los capitanes para explicar que en estos casos sólo se permite un toque
de balón si el portero lo rechaza o pega en el poste y no entra, se acaba el
partido. Por el contrario, si el balón entra libremente o bien pega en el
portero o en el poste y entra se marca gol y, de igual forma, termina el
encuentro.
Después
de la breve charla todos regresamos a nuestras posiciones: los capitanes al
filo del área grande, el portero a la línea de meta bajo los postes de su
portería; en mi caso, frente al balón en el punto que indica el cobro de la
pena máxima.
Miré
a los ojos del guardameta enemigo que se encontraba frente a mí. Tomé una
prudente distancia para mejorar el impacto. El estadio enmudeció cuando pateé
la esférica, instante que por lo demás a mi me pareció que duró toda la
eternidad, el balón cobró altura, rozó las manos del portero… Es una fracción
de segundo lo que separa la gloria del averno.
Ciudad de México,
23 de abril de 2007.
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