miércoles, 11 de noviembre de 2020

DESDE LAS GRADAS

 Desde las gradas

Mauricio Yáñez

 


Desde las gradas, Pancho García miraba el desarrollo del encuentro. Quería jugar y no se lo habían permitido, así que tomó la posición de aficionado y se fue a sentar en las lastimosas tarimas que hacían las veces de gradería para el público asistente que, por lo demás, era escaso.

                        A sus cortos doce años, Pancho García soñaba con ser estrella de fútbol. Portero era la posición que más le gustaba. Su ídolo era Gustavo “El Arlequín” Domínguez, quien se distinguía por sus lances acrobáticos y sus ropajes estrafalarios que antagonizaban con la seriedad de los uniformes de sus compañeros de equipo. Pancho, en lo que podía, imitaba al famoso “Arlequín”, incluso tenía su uniforme de portero, similar al que usaba su ídolo.

                        En los encuentros del barrio, con sus vecinos, siempre se arrimaba para que lo eligieran para el equipo, pero los muchachos lo hacían a un lado y no le permitían tomar parte de las “cascaritas” en la calle. No obstante, los acompañaba a los arrabales donde se encontraban las canchas del deportivo.

                        Los terrenos del deportivo eran algunos rectángulos de tierra suelta, en un predio irregular. En esos feudos se pintaban, también de manera desigual, los límites que dieran forma a un campo de fútbol. Nadie cuestionaba las medidas, ni del campo ni de las porterías. La seriedad con la que ahí se disputaban los partidos de fútbol contrastaba con lo improvisado de la cancha.

                        Todas las semanas, al regreso del deportivo, llegaba a su casa con el uniforme bañado en polvo. Su rostro se atestaba de sudor y tierra, al igual que el de sus compañeros. Su cuerpo adolescente despedía pestilentes aromas. En el entretiempo de los partidos o al finalizar la contienda en la que participaban los muchachos del barrio, Pancho se quedaba en el campo e imaginaba estar en algún juego. Sin importarle la risa de los demás, García se ubicaba en el área de meta y se lanzaba tras el imaginario balón. En sus prolíficos sueños, la portería que él defendía nunca fue tocada por un gol del conjunto rival.

                        Los Cachorros, era el nombre del equipo. Llenos de orgullo representaban a la colonia Bella Vista, lugar donde vivía García y la mayoría de los muchachos. Recibían invitaciones para enfrentarse con equipos de otras comunidades. Pancho disfrutaba con acompañarlos a todos los juegos porque eso lo hacía sentirse parte de ese núcleo identitario. «Muy bien Pancho, ya sabes, debes estar listo por si te necesitamos», le decían.

                        Sus doce años y su enorme deseo de jugar no lo engañaban, sabía que tenía pocas oportunidades de verse en el equipo titular; sin embargo, cada tarde hacia sus prácticas en la parte posterior de su casa. Pegaba al balón con toda su fuerza contra la pared de la vivienda para que rebotara y Pancho pudiera seguir su práctica. Su madre, en ocasiones lo reprendía por los golpes dados a la pared, pero terminaba por permitir al hijo continuar con su juego.

                        Pancho García no se desanimaba porque los del barrio no le pusieran atención y no lo llamaran para integrarse al once titular, él seguía realizando sus practicas día con día. El fin de semana difícilmente perdía la ocasión de ver por la televisión algún partido, sobre todo si jugaba El Arlequín Domínguez.

                        Una de esas tardes polvosas de mayo, con el sol cayendo a plomo, Pancho acompañó a sus amigos a los campos del deportivo, jugarían contra el equipo de la colonia vecina. Se perfilaba un buen encuentro. Como siempre, Pancho se acercó al corrillo en espera de una oportunidad para figurar en la alineación titular. «Estate listo para lo que pase» le dijo “Morris”, capitán del equipo, al tiempo que tomaba el balón entre sus manos y se alejaba. Pancho subió a las gradas y se dispuso a presenciar el juego y, en su caso, celebrar los goles de su escuadra.

                        Después de que los capitanes de ambos clubes pactaran cuestiones mínimas, el partido dio inicio. El primer tiempo transcurrió sin definir la superioridad de ninguno de los contendientes y se fueron al descanso con un marcador sin goles. Al inicio de la segunda mitad, Toño Lagos, el portero, se lanzó para evitar un gol y se lastimó un hombro. El partido se detuvo.

                        La realidad era que no habían previsto esta situación y Los Cachorros no llevaban jugadores suplentes. Lagos no podía continuar porque le dolía mucho el hombro. El capitán dijo que necesitaba reponer a su portero, pero no llevaba a nadie. «No te puedo prestar a mis jugadores» contestó el capitán del equipo rival e invitó para que continuaran el partido colocando a alguien de campo en la portería. «Le voy a decir a aquel si quiere jugar» señaló a Pancho, pero el capitán rival se opuso. «Pancho no puede jugar», «¿Por qué no?», «no ves que le falta una pata», «no importa. ¿Quieres jugar?» gritó a Pancho. Inmediatamente dijo que sí, dio un salto en su lugar en lo alto de las gradas y se trasladó al sitio donde estaban los capitanes. Corría apoyado de su muleta y dando saltos con su única pierna. La mayoría de los jugadores rieron al ver que Pancho García, “el cojo”, se disponía a ocupar el lugar del guardameta lesionado.

                        Pancho estaba por fin dentro de la cancha de fútbol en un partido verdadero. Soñó hasta el cansancio con ese momento, con el día que él se viera bajo los tres postes defendiendo la portería de su equipo.

                        El partido estaba por concluir, un delantero del cuadro rival tomó el balón y con el alma en vilo escapó por la banda izquierda. Pancho miró venir al ofensor, éste hizo una diagonal hacia el centro del campo. El delantero contrario dejaba atrás a la defensa de Los Cachorros, se colocó frente a Pancho y pegó a la pelota con toda su fuerza. El balón empezó a elevarse, Pancho lanzó a un lado la muleta y con su única pierna se impulsó para alcanzar el esférico, sabía que, a partir de ese momento, no vería más el fútbol desde las gradas.

 


 Tultitlán, México, 18 de mayo de 2008

 

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