Desde
las gradas
Mauricio Yáñez
Desde las gradas,
Pancho García miraba el desarrollo del encuentro. Quería jugar y no se lo habían
permitido, así que tomó la posición de aficionado y se fue a sentar en las lastimosas
tarimas que hacían las veces de gradería para el público asistente que, por lo
demás, era escaso.
A
sus cortos doce años, Pancho García soñaba con ser estrella de fútbol. Portero
era la posición que más le gustaba. Su ídolo era Gustavo “El Arlequín”
Domínguez, quien se distinguía por sus lances acrobáticos y sus ropajes
estrafalarios que antagonizaban con la seriedad de los uniformes de sus
compañeros de equipo. Pancho, en lo que podía, imitaba al famoso “Arlequín”,
incluso tenía su uniforme de portero, similar al que usaba su ídolo.
En
los encuentros del barrio, con sus vecinos, siempre se arrimaba para que lo
eligieran para el equipo, pero los muchachos lo hacían a un lado y no le permitían
tomar parte de las “cascaritas” en la calle. No obstante, los acompañaba a los
arrabales donde se encontraban las canchas del deportivo.
Los
terrenos del deportivo eran algunos rectángulos de tierra suelta, en un predio
irregular. En esos feudos se pintaban, también de manera desigual, los límites
que dieran forma a un campo de fútbol. Nadie cuestionaba las medidas, ni del
campo ni de las porterías. La seriedad con la que ahí se disputaban los
partidos de fútbol contrastaba con lo improvisado de la cancha.
Todas
las semanas, al regreso del deportivo, llegaba a su casa con el uniforme bañado
en polvo. Su rostro se atestaba de sudor y tierra, al igual que el de sus
compañeros. Su cuerpo adolescente despedía pestilentes aromas. En el
entretiempo de los partidos o al finalizar la contienda en la que participaban
los muchachos del barrio, Pancho se quedaba en el campo e imaginaba estar en
algún juego. Sin importarle la risa de los demás, García se ubicaba en el área
de meta y se lanzaba tras el imaginario balón. En sus prolíficos sueños, la
portería que él defendía nunca fue tocada por un gol del conjunto rival.
Los
Cachorros, era el nombre del equipo. Llenos de orgullo representaban a la
colonia Bella Vista, lugar donde vivía García y la mayoría de los muchachos.
Recibían invitaciones para enfrentarse con equipos de otras comunidades. Pancho
disfrutaba con acompañarlos a todos los juegos porque eso lo hacía sentirse parte
de ese núcleo identitario. «Muy bien Pancho, ya sabes, debes estar listo por si
te necesitamos», le decían.
Sus
doce años y su enorme deseo de jugar no lo engañaban, sabía que tenía pocas
oportunidades de verse en el equipo titular; sin embargo, cada tarde hacia sus prácticas
en la parte posterior de su casa. Pegaba al balón con toda su fuerza contra la
pared de la vivienda para que rebotara y Pancho pudiera seguir su práctica. Su
madre, en ocasiones lo reprendía por los golpes dados a la pared, pero
terminaba por permitir al hijo continuar con su juego.
Pancho
García no se desanimaba porque los del barrio no le pusieran atención y no lo
llamaran para integrarse al once titular, él seguía realizando sus practicas día
con día. El fin de semana difícilmente perdía la ocasión de ver por la
televisión algún partido, sobre todo si jugaba El Arlequín Domínguez.
Una
de esas tardes polvosas de mayo, con el sol cayendo a plomo, Pancho acompañó a
sus amigos a los campos del deportivo, jugarían contra el equipo de la colonia
vecina. Se perfilaba un buen encuentro. Como siempre, Pancho se acercó al corrillo
en espera de una oportunidad para figurar en la alineación titular. «Estate
listo para lo que pase» le dijo “Morris”, capitán del equipo, al tiempo que
tomaba el balón entre sus manos y se alejaba. Pancho subió a las gradas y se
dispuso a presenciar el juego y, en su caso, celebrar los goles de su escuadra.
Después
de que los capitanes de ambos clubes pactaran cuestiones mínimas, el partido
dio inicio. El primer tiempo transcurrió sin definir la superioridad de ninguno
de los contendientes y se fueron al descanso con un marcador sin goles. Al
inicio de la segunda mitad, Toño Lagos, el portero, se lanzó para evitar un gol
y se lastimó un hombro. El partido se detuvo.
La
realidad era que no habían previsto esta situación y Los Cachorros no llevaban
jugadores suplentes. Lagos no podía continuar porque le dolía mucho el hombro. El
capitán dijo que necesitaba reponer a su portero, pero no llevaba a nadie. «No
te puedo prestar a mis jugadores» contestó el capitán del equipo rival e invitó
para que continuaran el partido colocando a alguien de campo en la portería. «Le
voy a decir a aquel si quiere jugar» señaló a Pancho, pero el capitán rival se
opuso. «Pancho no puede jugar», «¿Por qué no?», «no ves que le falta una pata»,
«no importa. ¿Quieres jugar?» gritó a Pancho. Inmediatamente dijo que sí, dio
un salto en su lugar en lo alto de las gradas y se trasladó al sitio donde
estaban los capitanes. Corría apoyado de su muleta y dando saltos con su única
pierna. La mayoría de los jugadores rieron al ver que Pancho García, “el cojo”,
se disponía a ocupar el lugar del guardameta lesionado.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiUSbnvS0mDfUSeWCy0L3Baw7Ve0HZNiK3zfjvvZNdoYCK02MHMtLC2GxcfZw1bJcHvub18MBX_ejXZptUnq0vG8esXcS5g4_4flWKnENr-_wj_3SIArXJt1gWXwasJQJLEDzwK-nHu0q4/s320/Pancho+Garc%25C3%25ADa-Desde+las+Gradas.jpg)
Pancho
estaba por fin dentro de la cancha de fútbol en un partido verdadero. Soñó
hasta el cansancio con ese momento, con el día que él se viera bajo los tres
postes defendiendo la portería de su equipo.
El
partido estaba por concluir, un delantero del cuadro rival tomó el balón y con
el alma en vilo escapó por la banda izquierda. Pancho miró venir al ofensor, éste
hizo una diagonal hacia el centro del campo. El delantero contrario dejaba
atrás a la defensa de Los Cachorros, se colocó frente a Pancho y pegó a la
pelota con toda su fuerza. El balón empezó a elevarse, Pancho lanzó a un lado
la muleta y con su única pierna se impulsó para alcanzar el esférico, sabía que,
a partir de ese momento, no vería más el fútbol desde las gradas.
Tultitlán, México, 18 de mayo de 2008