miércoles, 18 de septiembre de 2024

AMOR DE CUMBIA


Amor de cumbia

El barrio es identidad, es la casa, es la familia, son los amigos. Amor de cumbia es una novela corta que cuenta la historia de cinco adolescentes inmersos en el ambiente de la cultura sonidera de los años setenta y ochenta en la gran urbe de la CDMX y municipios colindantes.

Las pérdidas de juventud y sus quebrantos, el reencuentro con amigos e ilusiones de amores negados, la búsqueda de los otros y la posibilidad de encontrar sus propias huellas, son los temas significativos que recorren los pasajes de este libro.

“El final de esta historia comienza el día del reencuentro con María Leira, mi secreto amor de adolescencia que no había visto en muchos años, desde la infausta noche del concurso de baile, la misma noche que asesinaron a mi primo Emilio, el Oso. La muerte de Emilio estuvo llena de inconsistencias y transgresiones a su propio momento histórico. Era apenas algo más que un niño cuando una bala le arrebató el destino y la vida. Por la misma razón, todos los participantes del enfermizo embrujo de aquel suceso quedamos marcados para el resto de nuestras vidas”.

Amor de cumbia

(H. Ayuntamiento Constitucional de

Tlalnepantla de Baz, 2024)

 

domingo, 18 de agosto de 2024

MOSAICO REVOLUCIONARIO

 

Mosaico Revolucionario[1]

Mauricio Yáñez

Para Felipe Chávez.


Era el otoño del sesenta y ocho, a inicios de octubre. Una multitud de jóvenes nos encontrábamos arremolinados en la Plaza de las Tres Culturas. Un edificio con cientos de vidrios y fuerte color óxido nos miraba con extrañeza, sus habitantes tímidamente se dejaban ver el rostro, rostro multifacético: ora triste, ora preocupado, ora molesto, ora revolucionario, ora opresor.

                   En lo alto de aquel condominio se leía el nombre de uno de los estados del norte del país. Del lado sur de la plaza, teníamos como marco los restos de nuestros antepasados, la presencia insepulta de nuestra cultura. Vestigios de la raza que fue mutilada y sometida cinco siglos atrás; más al fondo, nos vigilaba el eterno contraste, la moderna torre que albergaba al Ministerio de relaciones con el exterior.

                   Cierto, muchos jóvenes estábamos allí, pero también amas de casa y niños y ancianos, reunidos por quién sabe qué fuerzas. La tarde a punto de extinguirse. Nuestros destinos llegaban a un punto nodal, punto efímero, transitorio, al mismo tiempo punto importante con repercusiones históricas.

                   Un año antes había iniciado mis estudios universitarios, cursaba la carrera de medicina. Combinaba mis clases de anatomía, histología, historia de la medicina, laboratorios de bioquímica, de biología celular, con pláticas y conferencias sobre lucha política.

                   Un día, sin más, se dio la ocupación de nuestra casa de estudios por parte del ejército. Las clases se suspendieron y yo me integré al comité de huelga de la facultad. Se dieron los primeros enfrentamientos entre estudiantes y la gente de seguridad nacional arrojando saldos de muerte estudiantil. La nación vivía una fuerte efervescencia política en todas partes. Escuché a José Revueltas y Heberto Castillo, entre otros, que participaban trazando la ideología de lucha. Había constantes movilizaciones estudiantiles, discursos en diferentes foros, se percibía la agitación nerviosa en todas partes, los Beatles eran el fondo musical en que se desarrollaba todo esto.

                   En nuestras demandas solicitábamos el respeto irrestricto a la autonomía universitaria, el desalojo del campo y las instalaciones de la Universidad Nacional por parte de los soldados; también, la renuncia de varios funcionarios públicos que habían sobrepasado el límite de su autoridad. El gobierno ignoraba nuestras peticiones.

                   Esa tarde pasé a la casa de Victoria, compañera de facultad y activa dirigente del movimiento. Sus verdes ojos me recibieron en la puerta de su vivienda, me invitó a pasar y a comer. La mesa fue engalanada con unos sabrosos guisos preparados por doña Regina, la mamá de Victoria. La plática que se desarrolló en el transcurso de la comida giró sobre el tema de las manifestaciones de protesta que se llevaban a cabo en la ciudad.

                   —No muchachos, lo que pasa es que ustedes no quieren entender que con el gobierno jamás se podrá, además, lo que ustedes tienen que hacer es ponerse a estudiar.

                   —Pero mamá, ¿dónde vamos a estudiar si toda la Universidad está bloqueada? Te encuentras con soldados en todas partes.

                   —Mamá, tendrías que asistir un día a la Universidad para que veas todo aquello y te puedas convencer —terció Fidel, el hermano de Victoria, estudiante del quinto semestre de ingeniería.

                   —De todos modos, no me gusta que se estén peleando contra el gobierno. Un día les pueden dar un buen susto, Dios no lo quiera, pero alguien puede salir lastimado. Tú Adán —mirándome directamente a los ojos—. ¿No piensas en lo que les pueden hacer?

                   Giramos el sentido de la charla, la preocupación de doña Regina era la preocupación general y no era el caso hacerlo notar en esos momentos, todos imaginamos los riesgos que corríamos.

                   El postre lo acompañamos con frescas anécdotas que doña Regina narró acerca de su actividad como bailarina en una carpa veintitantos años atrás. También nos comentó sobre el efímero matrimonio con el padre de Fidel y Victoria, a quien el alcoholismo lo llevó a la tumba. Me despedí de doña Regina y esperé a Victoria fuera de la casa, Fidel dijo que no iba a asistir aquella tarde a la manifestación. Cruzamos Reforma y caminamos por el jardín de Santiago rumbo a la plaza de Tlatelolco.

                   —¿Tienes idea para cuándo concluirá la huelga? —preguntó Victoria.

                   —No, supongo que en el gobierno no va a darnos la razón.

                   —Pero, ¿y la prensa internacional?

                   —-No les importa.

                   Cuando llegamos a la plaza ya había muchos compañeros, comentaban los sucesos y las noticias del día. En el estrado (tercer piso del edificio Chihuahua) se examinaba el sonido de los micrófonos, Victoria y yo nos acercamos al lugar de donde partían las voces.

                   Después de estos instantes las imágenes en mis recuerdos son inciertas, confusas, lejanas, borrosas. Un orador ante el micrófono, no sé qué está diciendo, no le escucho. Victoria me abraza, pega su cuerpo junto al mío. La figura del compañero que está hablando persiste, trae un pantalón de mezclilla, usa barba y porta unos diminutos lentes. Su imagen, suavemente se aleja de la memoria. Una pareja se besa con un amor incestuoso, entre hermanos de lucha, de credo, de pensamiento ideológico.

                   En el escenario hay mucha gente, tienen caras preocupadas. Aspiro el tenue aroma del perfume de Victoria. Sus verdes ojos me miran interrogantes, no le contesto, le devuelvo la mirada y la pregunta. La gente en el estrado, las voces retumban, ¿qué dicen?, nadie lo sabe o mejor dicho todos lo saben, pero nadie entiende o nadie quiere entender. Mi memoria sigue embriagada por el recuerdo, ebria de imágenes confusas, borracha por el presente olvido. Victoria pasa una mano por mi cintura, los compañeros siguen hablando, gesticulando improperios. Un señor, seguramente un obrero, con cara ceniza y abundantes bigotes me mira y me sonríe. Levanto los dedos en forma de "V" de la victoria del triunfo venidero, ¿cuál triunfo?, no recuerdo. Alguien trae una gorra simulando al “Che” Guevara. Una muchacha porta en la espalda de su chamarra el logo de los Rolling Stones. Se pierden más imágenes, se quedaron en el limbo, en una fisura cerebral, en una circunvolución aún desconocida.

                   Alguien dijo: «Hola Adán» yo volteó, pero no reconozco a nadie ¿quiénes estuvimos allí esa tarde?, Pedro, Juan, Pablo, Roberto, Luis, Toño ¿quién lo sabe? ¿Quién conoce el nombre de los héroes? ¿Quién sabe el de los villanos?, díganlo. Lo esmeralda de los ojos de Victoria se perdían con lo grisáceo de la tarde. Un fresco viento ondulaba su ligera cabellera. El sol se ocultaba a nuestra espalda. Los hablantes continuaban con su incansable labor. También confundo los sonidos y los colores. Victoria algo decía. Los compañeros en el estrado aún con el micrófono en la mano. En el cielo un pájaro de acero habló: Batallón Olimpia... Luces multicolores se desprendieron del cielo. Sonidos venidos de todas las partes de la tierra nos encerraron en un círculo diminuto. Todos los allí presentes comenzamos a correr sin dirección, partiendo hacia todos los puntos, al enfrentamiento con la muerte, a la cita trazada, coloreando de rojo el otoño. Victoria se desprendió de mi brazo, perdí el equilibrio, me levanté y corrí, corrí, corrí, chocando con compañeros, con amigos, con cuerpos sin rostro, con muertos circulantes, asexuales, ateos, apolíticos.

                   En mi loca carrera trastabillé, besé el suelo. Masas informes me sujetaban el ánimo, me reclamaban la existencia, me crucé con brazos sueltos indicándome la "V" de la victoria. Sexos llenos de lujuria quedándose al filo del orgasmo. Ojos de diferentes colores, coquetos, sin rostros para adornar. Lenguas mordaces, ligeras, que habían clamado libertad y justicia, seguían en un monólogo interminable. Oídos sordos que escuchaban el canto de la "tartamuda". En la confusión me separé de Victoria, nos perdimos el uno del otro, deseaba que ella también estuviera bien. Seguí corriendo, hasta donde la memoria me alcanza.

 

                   Estaba en un sótano. Los gritos agónicos seguían escuchándose a lo lejos. Yo no sentía ningún dolor, estaba empapado, pero bien físicamente. Mis ojos se acostumbraron a la penumbra y pude distinguir algunos bultos en movimiento, algo susurraban entre dientes, gimoteando, eran tres o cuatro no recuerdo bien. Uno de ellos se retorcía en forma feroz, retomando la posición uterina, los demás algo miraban a su compañero, temblaban de frío y de miedo. Yo tenía las piernas entumecidas, escuché que algo dijeron de la Universidad, me acerqué y presenté con ellos. Oí a alguien decir que estudiaba la prepa. El que se retorcía vestía de blanco, estaba herido. Uno de ellos dijo llamarse Ignacio, posteriormente me enteré, por él mismo, de su verdadero nombre: Rafael Lozano. Comentamos los acontecimientos recién vividos. El que estudiaba prepa nos informó del lugar en que estábamos refugiados: era el sótano de una pequeña fábrica de productos de unicel, nos encontrábamos en el lugar de las calderas, la planta estaba ubicada en la calle de Lerdo, cómo llegué hasta allí aún lo ignoro. El herido nos volvió a la realidad.

                   Por una minúscula ventana se introducía la luz nocturna. Los ruidos habían cesado en el exterior, el silencio que vivíamos no era un silencio por ausencia de ruidos, era un silencio provocado intencionalmente, todo estaba callado, no funcionaba la energía eléctrica, no transitaban vehículos, la noche nos envolvía en ese pestilente sepulcro. Los quejidos de nuestro compañero aumentaron de tono, encendí un cerillo para ver qué le ocurría al que estaba tirado en el suelo, ¡oh!, con esfuerzo sobre humano se detenía las vísceras, la cavidad abdominal semejaba un capullo de rosa recién abierto, la blancura de su ropa vista de espaldas, contrastaba con el rojo intenso del frente. Con mis escasos conocimientos de medicina alcancé a comprender que aquel herido anónimo se iba a morir allí mismo, se lo hice saber a mis otros condiscípulos, el preparatoriano comenzó a llorar.

                   —¡A todos no va a cargar la chingada!

                   —Cálmate, no te desesperes, tenemos que buscar la manera de salir de aquí.

                   —¡Nos darán en la madre, hasta aquí llegó esta pinche vida! y todo por andar en pendejadas, quesque le estaba haciendo al revolucionario.

                   —No grites, nos encontrarán más fácil con tus pinches lloriqueos —Ignacio (Rafael Lozano) trataba de apaciguarlo.

                   El dolor aumentó en las heridas de mi compañero que se encontraba recostado en el suelo, perdió el conocimiento, pero seguía quejándose rítmicamente, constante y monótono. Empezó a destilar un pestilente aroma, se cagó.

                   Ignacio y yo permanecimos en silencio, sin atinar a decir nada. Me sumí en un sangrante pensamiento, el reloj se detuvo aquel instante.

                   —¡No se dan cuenta que nos va a partir la madre, que hasta aquí llegamos, esos hijos de su puta madre no perdonan!... casi por salir de la prepa y tenía que ocurrir todo este desmadre... mis padres, ¿qué estarán pensando ellos?, seguro que están preocupados... ¿Quién me manda andar metido en estos líos? ¿Qué he hecho de mi vida?, nada. Puras tonterías, y ahora que pensaba que estaba haciendo algo productivo nos dan en la madre… ¿Saldremos de aquí algún día?, luego este guey aullando como si fueran a venir por él... Lupe, mi novia, ahorita estuviera con ella.

                   Continuó con su larga perorata hasta que se le terminaron los lamentos. Ignacio y yo apuntábamos nuestra atención al compañero herido hasta que dejó de quejarse, también cesó de respirar, había muerto.

                   ¿Cómo salir de allí?, era la pregunta apremiante.

                   Una nueva ofuscación mental se me cruza en la cabeza, es algo como caer a un pozo sin fondo, oscuro, lejano, con la incertidumbre perenne, con las dudas acrecentándose día con día, mordiendo los espacios lúcidos.

                   —¿Qué pasó? —pregunté a Ignacio—. ¿Por qué la matanza?

                   —Porque estábamos dando mucha lata, es la respuesta del gobierno, abrupta, despiadada. Según ellos para hacernos entender, para que doblemos las manos en señal de obediencia, para que nos refugiemos en nuestras casas esperando a que ellos nos llamen a rendirles honores, para demostrarnos su estúpido poder.

                   —¿Y, ahora?

                   —Nada, debemos seguir adelante, ¿hasta cuándo?, no lo sé, pero tenemos que continuar.

                   Acordamos salir por la puerta que habíamos entrado, cada quien huiría por su lado, si llegaban a aprehender a alguno de nosotros no nos habíamos conocido, nadie sabe nada del muerto. El silencio en el exterior era total, la madrugada era fría. Corrimos, cada cual por su lado, sin detenernos, como liberados de un larguísimo cautiverio. A lo lejos escuché unos disparos, ¿quién caería? ¿Quién será el próximo? A Victoria, jamás volví a verla.

Ciudad de México, septiembre de 1996.





[1] Este cuento se publicó en el Boletín Cultural ENAH. Órgano informativo y cultural de la Escuela Nacional de Antropología e Historia. No. 16, julio de 2003, Páginas 26-28.

martes, 25 de junio de 2024

Presentación de SOMBRAS DE TLATELOLCO



Palabras de la escritora y poeta Marcela ROMN en la presentación de la novela SOMBRAS DE TLATELOLCO, en la librería El Hallazgo, el 19 de junio de 2024. 

SOMBRAS DE TLATELOLCO

La sombra acecha

por Marcela Romn

 

Antes de sumergirnos en los túneles de 'Sombras de Tlatelolco', es imprescindible comprender la trayectoria literaria de su autor, Mauricio Yáñez. Con una pluma que navega entre la realidad y la ficción, Yáñez ha tejido historias que exploran los rincones más oscuros de la historia mexicana. Quizá se deba a su vena de historiador. En 'Sombras de Tlatelolco', ha sabido amalgamar hechos verídicos con ficción, y nos invita a reflexionar sobre nuestro pasado y sus consecuencias en el presente.

 

       Sombras de Tlatelolco, es una novela negra como caracteriza la obra de Mauricio Yáñez. Recordemos que la novela policíaca es un género narrativo en donde la trama consiste generalmente en la resolución de un misterio de tipo criminal. El protagonista en la novela policíaca es normalmente un policía o un detective, habitualmente recurrente a lo largo de varias novelas del mismo autor, que, mediante la observación, el análisis y el razonamiento deductivo, consigue finalmente averiguar cómo, dónde, por qué se produjo el crimen y quién lo perpetró. La novela detectivesca tiene sus raíces en el siglo XIX, con obras pioneras como "Los crímenes de la calle Morgue" (1841) de Edgar Allan Poe, que introdujo al primer detective de ficción, Auguste Dupin. Este género evolucionó con autores como Arthur Conan Doyle, creador del icónico Sherlock Holmes, quien estableció muchos de los tropos del detective clásico: el intelecto agudo, la observación detallada y el método deductivo. A lo largo del siglo XX, la novela detectivesca se diversificó, dando lugar a subgéneros como la novela negra, popularizada por autores como Dashiell Hammett y Raymond Chandler, que presentaban detectives más duros y cínicos en escenarios urbanos sombríos.

 


         Con el paso de los años, la novela policíaca fue evolucionando hacia formas narrativas más complejas, la resolución del misterio planteado como un juego de lógica dejó de ser el objetivo principal de la obra, quedando en primer plano la denuncia social y un intento de comprender los conflictos del alma humana. El apelativo de “negra” se debió por un lado a los ambientes oscuros que reflejaban, pero sobre todo a que aquellos relatos se publicaron por primera vez en la revista Black Mask, creada en 1920 por H. L. Mencken y George Jean Nathan y en la Série Noire de la editorial francesa Gallimard nacida en 1945. Aquellas novelas marcaron un antes y un después en la forma de narrar el crimen.

 

       Sombras de Tlatelolco, honra la tradición de la novela negra mexicana iniciada por Rodolfo Usigli, recordemos su obra Ensayo de un crimen (1944), y por Rafael Bernal con El Complot Mongol (1969), que establecieron las bases del género en el país. A medida que el género evolucionó, muchos autores comenzaron a utilizar la novela negra para explorar y denunciar problemas sociales como la corrupción, la violencia, el narcotráfico y la desigualdad, ahora agrego las desapariciones tanto de hombres y mujeres. Esto es un reflejo de la situación sociopolítica.

 

       Las ciudades, especialmente la Ciudad de México, juegan un papel crucial en las tramas de la novela negra mexicana. Los ambientes urbanos proporcionan un trasfondo adecuado para explorar la criminalidad, la corrupción y las desigualdades sociales. Estos escenarios urbanos no solo añaden realismo y tensión a las historias, sino que permiten una crítica más incisiva.

 

       Otras y otros autores de la novela negra son Enrique F. Gual, a la que abonaría novelistas como María Elvira Bermúdez, una de las primeras mujeres en incursionar en este género y la primera en crear el primer personaje femenino detective en la literatura latinoamericana. Margos Villanueva, René Cárdenas, quienes contribuyeron con obras que reflejan la complejidad del contexto social mexicano. En tiempos más recientes autores como Rafael Ramírez Heredia, Paco Ignacio Taibo II, Élmer Mendoza, por citar algunos, han llevado la novela negra mexicana a nuevos niveles de popularidad y reconocimiento.

 

       Sombras de Tlatelolco es una novela llena de misterio que seduce al lector desde sus primeras páginas. Esta dividida en tres capítulos y 24 subsecciones y finaliza A manera de epílogo. La trama esta situada en el turbulento contexto del movimiento estudiantil de 1968. Así en el oscuro telón de la historia de Tlatelolco, donde las sombras ocultan verdades incómodas, se alza la figura siniestra de un asesino serial. Su presencia acecha en los recuerdos de una marcha estudiantil, donde el terror se entrelaza con la lucha por la justicia. Pero su sombra se alarga aún más atrás, hacia un pasado marcado por la desaparición de estudiantes en la huelga de los médicos del 1965, un misterio envuelto en silencio y complicidad. Es en este turbio panorama un historiador es convocado para desentrañar los hilos de una trama macabra, solo para descubrir que el monstruo que busca podría habitar entre ellas, entre ellos, camuflado en la respetable figura de un profesor, un amigo, una periodista, un teniente y las y los mismos estudiantes. Así se inicia un relato donde la verdad se entrelaza con la oscuridad, y donde cada paso hacia la revelación nos sumerge más a estas Sombras de Tlatelolco.

 

       El relato que se despliega ante nosotros, se nutre de la labor minuciosa de Fabián Cordero, el personaje principal que es historiador y por azares del destino se convierte en investigador privado y se da a la tarea de desentrañar los enigmas del pasado y el presente. Desde las crónicas de la época hasta los archivos desclasificados, cada fuente aporta una pieza al rompecabezas que es la historia para seguir al asesino o asesina. Así, con el respaldo de la verdad documentada por el personaje, nos adentramos en una historia que no solo entretiene, sino que también ilumina las oscuridades del pasado. Intrigante laberinto de misterio y suspenso, que se alzan para revelar verdades incómodas.

Pero no todo es oscuro también hay flachazos de amor, desamor y pasión, como muchos personajes detectives de la novela negra, Fabián no podía ser la excepción. Y también se van a deleitar con un fragmento del poema Alba de Federico García Lorca, que es mencionado en uno de los capítulos donde el personaje principal de la novela acude a una comida.

 


       Además, el libro envuelve al lector en una atmósfera densa y palpable, donde cada página está impregnada de la historia y la cultura de México. El estilo narrativo de Yáñez es brillante, combinando una prosa elegante con diálogos impactantes, que reflejan la complejidad de los personajes y las situaciones que enfrentan, pero sobre todo el juego de inteligencia que el autor domina de manera magistral.

 

       A través de esta narrativa envolvente, la novela no solo entretiene, sino que también invita a reflexionar sobre temas sociales, de corrupción y políticos que siguen siendo relevantes en la sociedad mexicana contemporánea, lo que la convierte en una lectura aún más diversa.

 

       El autor nos lleva de la mano por un viaje emocional que nos confronta con la realidad de los presos políticos y el activismo estudiantil. Estos elementos no solo enriquecen la trama, sino que también nos invitan a reflexionar sobre la importancia de la memoria histórica y la lucha por la justicia en cualquier sociedad.

 

       Acompañen a Mauricio Yáñez y su personaje Fabián Cordero, en este viaje literario, donde la ficción y la realidad se entrelazan en una danza fascinante y perturbadora que no se pueden perder. Una novela que atrapa desde la primera página con su atmósfera densa y palpable, y con una trama que sumerge a los rincones más oscuros de la Ciudad de México. Yáñez ha logrado una obra maestra del misterio y la intriga. 



domingo, 23 de junio de 2024

SOMBRAS DE TLATELOLCO

 

 

SOMBRAS DE TLATELOLCO

Durante el verano de 1968, la Ciudad de México se tiñó de rojo sangre. Fue el año en que miles de jóvenes estudiantes de distintas universidades llevaron a cabo un movimiento de protesta sin precedente, cuya trascendencia en la historia nacional lejos estaban de imaginar. En ese contexto de algarabía, solidaridad, inteligencia e incertidumbre, un asesino serial se pasea en medio de las marchas y mítines del movimiento estudiantil y deja a su paso una estela de muerte que se confunde con la sangre de los caídos en las confrontaciones entre estudiantes y policías. Este asesino, conocido como la Sombra, ha matado a estudiantes y profesores de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y de la Escuela Nacional Preparatoria, nadie parece darse cuenta que su mano está detrás de una serie de crímenes que comparten un mismo patrón, que a la postre resulta ser la firma del homicida.

El historiador Fabián Cordero (protagonista y voz narrativa de la novela), contratado para localizar a Rodrigo de Jesús del Valle, desaparecido años atrás, liga diferentes acontecimientos cuando, en la vía pública, se descubren cuerpos de jóvenes asesinados. A partir de esos hechos, Fabián Cordero relega la búsqueda de Rodrigo del Valle con el objetivo de cazar a la Sombra, el asesino serial.

¿Por qué después de tantos años nadie habla de aquellos asesinatos que sucedieron en paralelo al conflicto estudiantil? ¿Qué se oculta detrás de la figura de ese asesino serial llamado la Sombra?

Sombras de Tlatelolco es una novela llena de misterios que seduce al lector desde sus primeras páginas.