jueves, 10 de junio de 2021

La musa

 

La musa[1]

Mauricio Yáñez

 




Conocí al famosísimo escritor Xavier Barrios una calurosa noche de septiembre. Nuestro primer encuentro tuvo lugar en la ancestral Sociedad de Escritores. Él participó con una bella disertación sobre la compleja estructura del cuento. Cuando concluyó el acto me acerqué hasta donde reposaba su gruesa figura, quería comentarle dos aspectos que manejó en su ponencia y en los cuales yo difería, resolvimos cenar juntos.

                        Con el nacimiento de nuestra amistad se eclipsaron algunos amigos que aún hoy recuerdo. Barrios se transformó en una extraña circunferencia en la que yo era el núcleo. Sus interminables monólogos sobre historia y literatura, así como las ilustrativas reseñas de sus viajes, me cansaban de grata satisfacción.

                        El día de nadie se presentó ante mí más ebrio que lo usual y, con ese tono tan suyo, me dijo que lo acompañara a donde su musa. El lugar era oscuro, triste, casi frío. Una mariposa con su delicado paso cortaba la penumbra. Ahí estaba, era una mujer de apariencia helénica, de belleza lejana y perenne, Xavier hizo que me sentara en el diván e inició una accidentada narración sobre su relación con mi desconocida.



                        La conoció una tarde de invierno en las afueras de la antigua Roma, en la casa de Aldo Rossi, el ensayista prolífico. Poseedora de una imaginación vastísima, se enamoró de ella, pero no con el deseo de la carne sino más bien con un amor filial, de compenetración espiritual, trocaba todas las historias que ella comentaba en verdaderas obras novelescas, de ahí el origen de su renombre como escritor, en cuanto tuvo oportunidad la raptó, se la robó para él. En esos momentos y sin saber por qué sentí una infinita lástima por mi amigo.

                        A partir de aquel día las tardes las pasábamos en la cueva de la musa, tomando apuntes de todo lo que ella nos decía, redactando las fantasiosas historias que narraba. El prestigio de Barrios se mantuvo y el mío comenzó a aparecer dentro de los círculos literarios.

                        Sin ningún anuncio un mal día la musa desapareció, confinándonos a un silencio avasallador, cubriendo nuestro entorno con una oscuridad inmisericorde.

                        Barrios bebió hasta la locura, provocando su muerte creativa, asesinando al escritor, yo me comporté de una manera cobarde buscándola hasta en el rincón más incierto, sin encontrarla jamás.

                        Por eso, cada que el calendario deja caer el amanecer del día 25 del séptimo mes, regreso a este santuario a rendir tributo a la imaginación, esperando verla entrar por aquella puerta de color azul fuerte.

 

 

Cd. de México, septiembre de 1996.

 



[1] Publicado en el Boletín Cultural ENAH. Órgano informativo y cultural de la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Junio de 2002. Página 16.