martes, 9 de marzo de 2021

El plagio

 El plagio[1]

Mauricio Yáñez

 

In memóriam de Jorge Luis Borges

En el centenario de su natalicio.

 


En mi recorrido por el camino de los sueños encontré esta historia: Soñé a un hombre, Geraldino Santarrosa, que a su vez se encontraba en una dulce ensoñación. El hombre de mis sueños, en su propio visión imaginaba a otro hombre, Nicolás F., quién con ahínco y virtud frente a su cansada máquina de escribir, a la que por cierto alguien le sustrajo algunas teclas lo que hacía su esfuerzo doblemente interesante, se le miraba en un acelerado tránsito llenando con narraciones de las más fatuas historias cuantas hojas en blanco cruzaban su paso. La profesión de este hombre es fácilmente identificable: escritor.

                        Al principio de su volátil existencia, sus narraciones fueron tomadas como indicios de una locura inminente. Nadie dijo: «será un gran escritor». Todos, con sorna en sus palabras, dejaron en claro que, llegado el momento, el manicomio gustosamente lo acogería. Nicolás caminó por la vida y sin preocupaciones escribió, incluso de más, todo lo que a su entender fuera suficiente para crear una historia y otra y otra más.

                        Creció y escribió o, mejor dicho, se llenó de historias mientras las manecillas del tiempo, sin vacilación y dando curso a nuevas experiencias, tejieron el cuerpo de su propio trabajo alejándose a grandes pasos de su generación, la de nuestro escritor, que bien a bien sólo era un sueño, el de Geraldino Santarrosa que en sí mismo también era producto de un sueño. No obstante, Nicolás F., el escritor, contaba con una realidad propia, aparte si se quiere, pero llena de significado, producto de la dinámica misma de su acción. No así el hombre que lo creó cuya aportación sólo era transitoria mediante su propio sueño. Sin esta condición la historia de Nicolás más que imposible, nos resulta impensable.

                        Los temas tratados con diligencia y buen tono por Nicolás F., iban de las llanas ficciones, tomadas sólo como ejercicios literarios, hasta las narraciones con alma y rostro con una clara inferencia sobre las complejidades de "la comedia humana" que, sin duda, le eran lejanas por su condición etérea. Las páginas fueron insuficientes para abarcar sus cientos de manuscritos y en las bibliotecas, con cierta frecuencia, algunas manos han tenido el acierto de posarse en ellos para darles vida, la vida que sólo mediante la plena comunión con la literatura se puede proporcionar a la palabra, cualquiera que sea su origen, es decir, la verdadera vida del Logos, de la razón. Geraldino Santarrosa algunas veces despertaba dando por concluida, en esas horas de vigilia, la producción de Nicolás F., su otredad literaria.


                        Los nuevos vientos trajeron sus propios frutos, los escritores más connotados no dejaron de admirar, criticar, reseñar, analizar o simplemente leer las obras de este narrador a quien la fama y el prestigio no le produjeron mayor problema. Su producción proseguía mientras Santarrosa, que era su verdadero dolor de cabeza, lo permitiera.

                        Emprendió un viaje por la parte sur del continente, conversó y en ocasiones discutió acaloradamente con escritores de prosapia, intercambió impresiones que lo acercaron a las fronteras de la madurez creativa. Se adentró en la narración mágica en cuya breve totalidad quedó atrapado. Incursionó en la novela recreándose en esos extensos mundos y se dio tiempo para visitar la tumba de sus propios personajes. En esa plenitud, creó su obra trascendental y por la que dejó de ser una invención, la tituló de manera extraña, como su propio ser: "La oscura mirada de la matemática", obra que se acerca con mucho a lo que los doctos han gustado en referenciar como novela total.

                   

     Si se busca con suma dedicación, el libro aludido puede encontrarse en librerías o bibliotecas junto a otras obras de este prolífico escritor. Los editores han hecho un trabajo espléndido por mantenerla vigente, toda vez que respetaron las tipografías de su primera edición. En su portada puede leerse, además del enigmático titulo, el nombre de Geraldino Santarrosa, su autor.

 

Tultitlán, México, en el año del Señor de 1999.

 



[1] Publicado en el Boletín Cultural ENAH. Órgano informativo y cultural de la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Agosto-septiembre de 2001. Página 30.