lunes, 20 de enero de 2020

Violencia e identidad en la novela latinoamericana


Coloquio Memoria e identidad
Mesa 2: Memoria, Identidad, Arte y Literatura
Modera: Elena Díaz Miranda
FES-Acatlán, UNAM
Auditorio 901
12-16 de noviembre de 2007

Violencia e identidad en la novela latinoamericana[1]
Mauricio Yáñez[2]


La novela es, antes que nada, una forma de conocimiento y de auto conocimiento, es también un vínculo de identidad[3].

La presente ponencia tiene por objeto aproximarse a los nuevos sujetos de la novelística latinoamericana contemporánea. No a los personajes de manera individual, sino al colectivo social que, más allá de figurar como un mero escenario, aparece dibujado como una verdadera preocupación de parte de los autores por retratar a grupos sociales y su devenir histórico y literario. Estas historias construidas a partir del trabajo narrativo –novelesco- no necesariamente deben ser verdades históricas, aunque sí contar con un alto grado de verosimilitud en su estructura y en su trama con el fin de reflejar nuestra realidad social y al mismo tiempo, realizar la conexión entre ella y su lector.


La búsqueda de la identidad cultural latinoamericana de suyo ha sido un ejercicio arduo. En éste esfuerzo han empeñado su quehacer sociólogos, antropólogos, historiadores de la cultura y una gama variadísima de estudiosos. Lo señalado ha sido muy bien expresado en palabras del novelista mexicano Jorge Volpi: “El ser humano es el único animal que ha convertido sus obras –su cultura- en su principal garantía de supervivencia”[4].

Este esfuerzo de búsqueda ha mostrado nuestro incierto devenir histórico en ocasiones desde tiempos muy lejanos, en esas estructuras sociales que el historiador francés Fernand Braudel señalaría como “historias de larga duración”.

En otros momentos y más cercanos en la historia a nuestro presente incierto, recorrimos nuestro pasado prehispánico buscando en los grupos originarios signos y significados de nuestra alma mater. Más tarde, y ya como países independientes, el mestizaje nos ayudó a comprender los rasgos de nuestra identidad, que si bien es cierto mucho tenía de indígena, también es verdad que, para ese momento, nuestro gen ibérico se hacía presente.

Apenas en la segunda mitad del siglo anterior, esa preocupación por la búsqueda de nosotros mismos y de una clara identidad latinoamericana, nos llevó a presentarnos al mundo como lo que somos: pueblos ricos en cultura y tradición, vivos y llenos de esperanza por alcanzar estadios mejores de bienestar.

Es así como en las postrimerías de la década de los cincuenta, pero sobre todo en la de los sesenta del siglo XX, la novela latinoamericana se esforzó por hacerse presente en el mundo literario a través de un concierto de obras llenas de lo que a la postre sería denominado como “realismo mágico”, con lo cual nuestra identidad latinoamericana quedaba descrita en dos mundos paralelos: uno en lo histórico-objetivo y otro en el mundo de lo fantástico. Con el paso del tiempo, esta temática de lo real e imaginario se ha ido desplazando a nuevas formas de interpretar, desde el mundo de la novela, el presente.

El boom de la novela en la América Latina nos muestra mundos cuasi irreales pero al mismo tiempo muy vivos y cercanos a nuestros pueblos. “Macondo” en Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez o “Comala” en la obra de Juan Rulfo, son el botón de muestra de lo que queremos señalar. Por poner tan sólo un ejemplo: El mundo mágico de Arcadio Buendía bien se puede ubicar tanto en el caribe colombiano como en algún punto lejano de la selva chiapaneca mexicana. Pero no es sólo el mundo de la familia Buendía el que rastreamos a través del sueño de García Márquez, sino el de toda una comunidad que los acompaña en su histórico transitar por la tierra de la literatura.

Esos mundos fantásticos y llenos de ferviente ilusión son una hipótesis literaria, una apuesta por un ideal posible; no obstante, vemos que cada día se alejan más estas expresiones paralelas y ceden el paso a nuevos mundos, más reales pero también con una brutalidad mayor en sus prácticas de convivencia.

Posteriormente y en apego a lo señalado por Nelson González-Ortega[5], arriba al mundo la novela “postboom”  o “postmacondiana”, con lo cual se dibujaron escenarios llenos de un flujo de expresiones revolucionarias, de cambio y despertar.

Por otra parte, para este momento histórico, en México tuvimos la presencia de lo que los entendidos llaman “literatura de la onda”, en la cual nuestros jóvenes escritores querían plasmar las transfiguraciones que su sociedad estaba experimentando en ese momento. Lo hicieron mediante gritos de libertad juvenil. Nos referimos a obras como De perfil, de José Agustín, Pasto verde de Parménides García Saldaña y Gazapo de Gustavo Sainz, entre otras.

En este caso permítaseme una digresión. José Agustín ha señalado que la autora de este adjetivo “literatura de la onda” a la obra reunida de varios jóvenes escritores, que en su momento hablaron de drogas, sexo, comunas y rock, fue la escritora Margo Glantz en su libro Onda y escritura en México (Siglo XXI, 1970), pero el mismo José Agustín ha rechazo este calificativo, las veces que ha tenido oportunidad de hacerlo[6].

Coincidimos con las palabras del español Francisco Umbral, cuando señala que, en general, la novela del último cuarto del siglo XX retoma los patrones narrativos clásicos: el interés por el argumento, el desarrollo lineal de la historia y la voz única del narrador. Predominan los temas urbanos, los personajes antiheroicos y un estilo muy cuidado[7].

Llegando a nuestros días. La novela latinoamericana contemporánea ha evolucionado al mismo ritmo que la sociedad, al grado de presentarnos a colectivos sociales opacos y, en algunos casos, hasta desesperanzadores, por ello consideramos que en el momento actual existe un elemento común que da sentido a un grupo de novelas, en apariencia dispersas, cuyas temáticas abordan, también, diversos mundos, como por ejemplo el de los migrantes, la guerrilla, narcotráfico, figuras de poder, desplazados, etc. Ese elemento común es la violencia como identidad en América Latina. Para tal efecto, repasaremos algunos ejemplos del contexto histórico y literario en la novela de Latinoamérica.


Obras como Abril rojo, del peruano Santiago Roncagliolo; Noticia de un secuestro, de Gabriel García Márquez; La mara, del recién fallecido Rafael Ramírez Heredia; La fiesta del chivo, del peruano-español Mario Vargas Llosa, La multitud errante, de la colombiana Laura Restrepo; La Virgen de los sicarios, del también colombiano Fernando Vallejo; Santa Evita, del argentino Tomas Eloy Martínez; La Silla del Águila de Carlos Fuentes, entre otras, son un reflejo de las transformaciones sociales que el siglo XXI ha traído con él y de cómo la novela se ha apropiado de estos personajes. Las nuevas identidades colectivas latinoamericanas quedan identificadas en la novela actual, pues en ella existe una notable riqueza de argumentos respecto a ellas.

En este momento, y como ejemplo de lo que quiero señalar sobre la irrupción de la violencia en nuestra sociedad latinoamericana, traigo a cuenta palabras de García Márquez en su obra Noticia de un secuestro, referentes al desconcierto de la sociedad colombiana cuando los capos de la droga se hacen presentes en la vida social de ese país:

“Colombia no había sido consciente de su importancia en el tráfico mundial de drogas mientras los narcos no irrumpieron en la alta política del país por lo puerta de atrás, primero con su creciente poder de corrupción y soborno, y después con aspiraciones propias”[8].

En otra cita del mismo texto señala que:

“(Los Extraditables) Pretendían también que los consideraran delincuentes políticos, y les dieran en consecuencia el mismo tratamiento que a las guerrillas del M-19, que habían sido indultados y reconocidos como partido político”[9].

Este tema, el del narcotráfico, también ha sido abordado, entre otros autores, por Fernando Vallejo en su novela La virgen de los sicarios (1994).

El mundo de las drogas y la guerrilla aparecen marcadamente en el último tercio del siglo pasado en Colombia, trastocando la civilidad del país y dándole, desde luego, un sesgo a la literatura que se genera en dichas tierras. Giro que traerá, para los temas literarios, los mundos que conllevan los personajes centrales de estas tramas y los grupos de afectados por las mismas.

Por otra parte, la también colombiana Laura Restrepo ha sabido dibujar perfectamente el mundo de los desplazados por la ocupación de la guerrilla en comunidades enteras, ella señala, en su novela La multitud errante, lo siguiente:

“El albergue (para refugiados de la violencia), estaba ya de por sí copado hasta el tope la tarde en que llegaron los cincuenta y tres sobrevivientes de la masacre de Amansagatos.  Lograron escapar de la prepotencia armada de la guerrilla tirándose con niños, ancianos y heridos a las aguas del Opón y atravesando la selva en extenuantes jornadas nocturnas; por el silencioso cauce del río”[10].

Y, sin duda, Laura Restrepo sabe de lo que está hablando en el tema de la guerrilla colombiana. Una de sus obras más importantes es Historia de un entusiasmo[11] publicada en 1986 que surge de su trabajo y compromiso en la Comisión Negociadora de Paz entre el gobierno y la guerrilla colombiana, en el año de 1984.

También vemos, a través de la novela, la cerrazón de parte del poder político por darle reconocimiento a grupos subversivos que aparecieron y, en algunos casos, siguen apareciendo por toda nuestra América Latina. En ese sentido, me parecen muy representativas las palabras del novelista Santiago Roncagliolo, en su obra Abril rojo, ganadora del premio Alfaguara de novela 2004, refiriéndose a la guerrilla de Sendero Luminoso en el Perú, cuando el personaje central de esta novela, el fiscal distrital adjunto Félix Chacaltana Saldívar, informa a su superior que la comisión de un homicidio pudo deberse a rescoldos senderistas, el comandante militar de la zona lo increpa: “Está usted paranoico, señor fiscal. Aquí ya no hay Sendero Luminoso…  Grábese en la cabeza una cosa; en este país no hay terrorismo, por orden superior. ¿Está claro?”[12].

Es decir, las instancias de poder quieren que, como ellos, cerremos los ojos ante ciertas realidades inocultables o bien, que por decreto desaparezcan todos los lastres sociales que hemos venido arrastrando desde tiempo remotos.

En este concierto de soledades humanas y abusos constantes, nos encontramos también el mundo de los migrantes, que han decidido dejar a sus muertos, como lo diría Juan Rulfo, en la búsqueda de mejores derroteros. Apuesta en la que muchos han perdido todo, incluyendo la vida. Mundos que, punto aparte, nos muestran uno de los mayores rasgos de violencia social en nuestras sociedades contemporáneas, donde los abusos son el pan de cada día. Resulta muy ilustrador la forma en que Rafael Ramírez Heredia trató este tema en su novela La mara, en la cual podemos tener una pincelada del inframundo en que se mueven los centroamericanos que intentan llegar a los Estados Unidos y como, para ello, tienen que atravesar nuestro territorio en el cual, en muchas ocasiones nos le va nada bien: Aquí una breve cita:

“Los migrantes sólo saben de lo largas que serán las noches. Ruegan por tener la suficiente fortaleza para seguir aferrados a su reducto, que defenderán con malévola fibra”[13].

Otro tema que también es importante rescatar en la voz de nuestros novelistas, y en este concierto de laceraciones sociales, es cómo la presencia de esta violencia y muerte se ha vuelto de una cotidianidad asombrosa. Mario Bencastre en la novela Disparo en la Catedral, referente a la guerra interna en El Salvador, señala que la convivencia frecuente con la muerte nos vuelven no sólo insensibles sino hasta despreocupados por su familiar cercanía. Sobre este asunto permítaseme una cita un poco extensa:

“La siguiente mañana, sumamente preocupado por la ausencia de Lourdes, me dirigí a esperar el autobús al trabajo. La noche había sido de terrible incertidumbre, ansiedad y vigilia… En la esquina opuesta, varias personas examinaban unos cuerpos que descubrieron en la basura y trataban de establecer su identidad. La curiosidad me hizo atravesar la calle. Se cubrían la nariz y con palos de escoba espantaban ratas escondidas entre los cuerpos en descomposición. Sentí un gran alivio al comprobar que ninguno de los cadáveres se parecía en lo más mínimo a Lourdes. Regresé a unirme al grupo que esperaba el autobús. El incidente de la esquina opuesta continuaba siendo el tema de conversación entre varias personas. Otros hablaban de lo caro que estaba todo y lo fácil que era amanecer muerto en medio de la calle”[14].

Nuestro recorrido, a través del mundo de la novela latinoamericana y de cómo en ella se refleja predominantemente el tema de la violencia social en sus diferentes formas, podría ser más exhaustivo, pero lo que hemos intentado es hacer patente esta preocupación mediante un breve examen a la novela latinoamericana contemporánea.


En conclusión: podemos decir que las nuevas identidades colectivas latinoamericanas quedan perfectamente identificadas en la novela actual como sociedades en una disputa violenta por y para el poder. Ello no es sólo una afirmación de facto, es una síntesis de lo que la sociedad de  Latinoamérica está viviendo y su novelística ha rescatado, que punto aparte, debemos decir, está muy bien elaborada y con mucha riqueza en sus ideas.

Carlos Fuentes así lo señala en su novela La silla del águila, obra que se refiere a las luchas por el poder político en México. La afirmación de Fuentes se expresa cuando en una carta de Maria del Rosario Galván a Nicolás Valdivia, personajes centrales de este texto, le dice:

“México está teñido de ríos ensangrentados y cavado de barrancas fúnebres y sembrado de cadáveres insepultos. Ahora que debutas en política, mi bello, deseable amigo, jamás pierdas de vista el desolado panorama de la injusticia que es la sagrada escritura de nuestras tierras latinoamericanas”[15].

Palabras lapidarias escritas por Fuentes, que no dejan lugar a la duda de nuestro germen y tradición de violencia en pro del poder, ya sea este económico o político.

Mismo tema, el del poder político y sus entretelones, lo observamos también en la novela Santa Evita de Tomás Eloy Martínez, en la cual este argentino, más allá del anecdotario mezclado con aportes de la fantasía en torno al manejo y desaparición del cadáver de Eva Duarte de Perón, plasma los avatares del pueblo marginal, de “los descamisados”, de los que menos tienen y que lloran e incluso rezan, ante la muerte, en el año de 1952, de su santa y mártir Eva Perón.

Otro ejemplo es La fiesta del Chivo de Mario Vargas Llosa.

A través de este recorrido histórico literario, observamos como se ha ido trastocando la temática de nuestra novelística latinoamericana. La novela ha rebasado lo fantástico y cuasi surrealista, para dar paso a un realismo lacerante que se inscribe como tendencia temática del nuevo siglo.

Pienso que hemos realizado un esfuerzo por comprender la identidad latinoamericana a través de sus novelas que, sin menoscabo de las ciencias sociales, son una rica fuente de estudio para acercarnos al imaginario de nuestra propia identidad colectiva y pueden servir como complemento a los trabajos que se estén realizando desde otras trincheras.


¡¡MUCHAS GRACIAS!!


México, D.F., 15 de noviembre de 2007





[1] Ponencia Presentada en el Coloquio “Memoria e Identidad”, organizado por el Claustro de Historia de la FES-Acatlán/UNAM, el 15 de Noviembre de 2007.
[2] Mauricio Yáñez es historiador y narrador, también es profesor de la materia de “Historia de México Contemporáneo” en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH).
[3] Jorge Volpi señala que la novela “…es un vehículo para la transición de ideas y emociones, convertidas en historias…  Al igual que la ciencia, la filosofía o las ciencias sociales, la novela es antes que nada una forma de conocimiento”.
Volpi, Jorge. “notas sobre el arte de la novela” en Revista de la Universidad de México. Nueva época, No. 12. Febrero de 2005.
[4] Volpi, Jorge. Op. cit.
[5] González-Ortega, Nelson. La Novela Latinoamericana de Fines del Siglo XX: 1967-1999. Hacia una tipología de sus discursos.
Proyecto de investigación “Nuevas voces en un mundo plural: un estudio de las narrativas hispánicas de fines del siglo XX”. Universidad de Oslo, Noruega.
[6] José Agustín. “La onda que nunca existió” en Revista de crítica literaria latinoamericana. Año XXX, No. 59. Lima-Hanover. Primer semestre de 2004. págs. 9-17.
[7] Tomado de la página web: www.kalipedia.com
[8] García Márquez, Gabriel. Noticia de un secuestro. México. Diana. 1996. pág. 31.
[9] García Márquez, Gabriel. Op. cit. págs. 93-94
[10] Restrepo, Laura. La multitud errante. Colombia. Palneta Colombiana. 2001. pág. 129.
[11] Restrepo, Laura. Historia de un entusiasmo. Colombia. Aguilar. 2005. pp. 385.
[12] Roncagliolo, Santiago. Abril rojo. México. Alfaguara. 2006. págs. 45-47.
[13] Ramírez Heredia, Rafael. La mara. México. Alfaguara. 2004. pág. 15.
[14] Bencastro, Mario. Disparo en la Catedral. México. Diana. Pág. 153.
[15] Fuentes, Carlos. La silla del águila, México. Alfaguara, 2003. Pág. 23.