Coloquio Memoria e identidad
Mesa 2: Memoria, Identidad, Arte y Literatura
Modera: Elena Díaz Miranda
FES-Acatlán, UNAM
Auditorio 901
12-16 de noviembre de
2007
Violencia e identidad en la
novela latinoamericana[1]
Mauricio Yáñez[2]
La novela
es, antes que nada, una forma de conocimiento y de auto conocimiento, es también
un vínculo de identidad[3].
La
presente ponencia tiene por objeto aproximarse a los nuevos sujetos de la novelística
latinoamericana contemporánea. No a los personajes de manera individual, sino
al colectivo social que, más allá de figurar como un mero escenario, aparece dibujado
como una verdadera preocupación de parte de los autores por retratar a grupos
sociales y su devenir histórico y literario. Estas historias construidas a
partir del trabajo narrativo –novelesco- no necesariamente deben ser verdades
históricas, aunque sí contar con un alto grado de verosimilitud en su
estructura y en su trama con el fin de reflejar nuestra realidad social y al
mismo tiempo, realizar la conexión entre ella y su lector.
La
búsqueda de la identidad cultural latinoamericana de suyo ha sido un ejercicio
arduo. En éste esfuerzo han empeñado su quehacer sociólogos, antropólogos,
historiadores de la cultura y una gama variadísima de estudiosos. Lo señalado ha
sido muy bien expresado en palabras del novelista mexicano Jorge Volpi: “El ser
humano es el único animal que ha convertido sus obras –su cultura- en su principal
garantía de supervivencia”[4].
Este
esfuerzo de búsqueda ha mostrado nuestro incierto devenir histórico en
ocasiones desde tiempos muy lejanos, en esas estructuras sociales que el historiador
francés Fernand Braudel señalaría como “historias de larga duración”.
En otros
momentos y más cercanos en la historia a nuestro presente incierto, recorrimos
nuestro pasado prehispánico buscando en los grupos originarios signos y
significados de nuestra alma mater.
Más tarde, y ya como países independientes, el mestizaje nos ayudó a comprender
los rasgos de nuestra identidad, que si bien es cierto mucho tenía de indígena,
también es verdad que, para ese momento, nuestro gen ibérico se hacía presente.
Apenas en
la segunda mitad del siglo anterior, esa preocupación por la búsqueda de
nosotros mismos y de una clara identidad latinoamericana, nos llevó a presentarnos
al mundo como lo que somos: pueblos ricos en cultura y tradición, vivos y
llenos de esperanza por alcanzar estadios mejores de bienestar.
Es así
como en las postrimerías de la década de los cincuenta, pero sobre todo en la
de los sesenta del siglo XX, la novela latinoamericana se esforzó por hacerse
presente en el mundo literario a través de un concierto de obras llenas de lo
que a la postre sería denominado como “realismo mágico”, con lo cual nuestra
identidad latinoamericana quedaba descrita en dos mundos paralelos: uno en lo
histórico-objetivo y otro en el mundo de lo fantástico. Con el paso del tiempo,
esta temática de lo real e imaginario se ha ido desplazando a nuevas formas de
interpretar, desde el mundo de la novela, el presente.
El boom de la novela en la América Latina nos muestra
mundos cuasi irreales pero al mismo tiempo muy vivos y cercanos a nuestros
pueblos. “Macondo” en Cien Años de
Soledad de Gabriel García Márquez o “Comala” en la obra de Juan Rulfo, son
el botón de muestra de lo que queremos señalar. Por poner tan sólo un ejemplo: El
mundo mágico de Arcadio Buendía bien se puede ubicar tanto en el caribe
colombiano como en algún punto lejano de la selva chiapaneca mexicana. Pero no
es sólo el mundo de la familia Buendía el que rastreamos a través del sueño de
García Márquez, sino el de toda una comunidad que los acompaña en su histórico
transitar por la tierra de la literatura.
Esos
mundos fantásticos y llenos de ferviente ilusión son una hipótesis literaria,
una apuesta por un ideal posible; no obstante, vemos que cada día se alejan más
estas expresiones paralelas y ceden el paso a nuevos mundos, más reales pero
también con una brutalidad mayor en sus prácticas de convivencia.
Posteriormente
y en apego a lo señalado por Nelson González-Ortega[5],
arriba al mundo la novela “postboom” o
“postmacondiana”, con lo cual se dibujaron escenarios llenos de un flujo de
expresiones revolucionarias, de cambio y despertar.
Por otra
parte, para este momento histórico, en México tuvimos la presencia de lo que
los entendidos llaman “literatura de la onda”, en la cual nuestros jóvenes escritores
querían plasmar las transfiguraciones que su sociedad estaba experimentando en
ese momento. Lo hicieron mediante gritos de libertad juvenil. Nos referimos a obras
como De perfil, de José Agustín, Pasto verde de Parménides García
Saldaña y Gazapo de Gustavo Sainz,
entre otras.
En este
caso permítaseme una digresión. José Agustín ha señalado que la autora de este
adjetivo “literatura de la onda” a la obra reunida de varios jóvenes
escritores, que en su momento hablaron de drogas, sexo, comunas y rock, fue la
escritora Margo Glantz en su libro Onda y
escritura en México (Siglo XXI, 1970), pero el mismo José Agustín ha
rechazo este calificativo, las veces que ha tenido oportunidad de hacerlo[6].
Coincidimos con las palabras del
español Francisco Umbral, cuando señala que, en general, la novela del último
cuarto del siglo XX retoma los patrones narrativos clásicos: el interés por el
argumento, el desarrollo lineal de la historia y la voz única del narrador.
Predominan los temas urbanos, los personajes antiheroicos y un estilo muy cuidado[7].
Llegando a
nuestros días. La novela latinoamericana contemporánea ha evolucionado al mismo
ritmo que la sociedad, al grado de presentarnos a colectivos sociales opacos y,
en algunos casos, hasta desesperanzadores, por ello consideramos que en el
momento actual existe un elemento común que da sentido a un grupo de novelas,
en apariencia dispersas, cuyas temáticas abordan, también, diversos mundos,
como por ejemplo el de los migrantes, la guerrilla, narcotráfico, figuras de
poder, desplazados, etc. Ese elemento común es la violencia como identidad en
América Latina. Para tal efecto, repasaremos algunos ejemplos del contexto
histórico y literario en la novela de Latinoamérica.
Obras como
Abril rojo, del peruano Santiago
Roncagliolo; Noticia de un secuestro,
de Gabriel García Márquez; La mara,
del recién fallecido Rafael Ramírez Heredia; La fiesta del chivo, del peruano-español Mario Vargas Llosa, La multitud errante, de la colombiana
Laura Restrepo; La Virgen de los sicarios, del también colombiano
Fernando Vallejo; Santa Evita, del
argentino Tomas Eloy Martínez; La Silla del Águila de Carlos Fuentes, entre
otras, son un reflejo de las transformaciones sociales que el siglo XXI ha
traído con él y de cómo la novela se ha apropiado de estos personajes. Las
nuevas identidades colectivas latinoamericanas quedan identificadas en la
novela actual, pues en ella existe una notable riqueza de argumentos respecto a
ellas.
En este momento,
y como ejemplo de lo que quiero señalar sobre la irrupción de la violencia en
nuestra sociedad latinoamericana, traigo a cuenta palabras de García Márquez en
su obra Noticia de un secuestro, referentes
al desconcierto de la sociedad colombiana cuando los capos de la droga se hacen
presentes en la vida social de ese país:
“Colombia no había sido consciente de su
importancia en el tráfico mundial de drogas mientras los narcos no irrumpieron
en la alta política del país por lo puerta de atrás, primero con su creciente
poder de corrupción y soborno, y después con aspiraciones propias”[8].
En otra
cita del mismo texto señala que:
“(Los Extraditables) Pretendían también que
los consideraran delincuentes políticos, y les dieran en consecuencia el mismo
tratamiento que a las guerrillas del M-19, que habían sido indultados y
reconocidos como partido político”[9].
Este tema,
el del narcotráfico, también ha sido abordado, entre otros autores, por
Fernando Vallejo en su novela La virgen
de los sicarios (1994).
El mundo
de las drogas y la guerrilla aparecen marcadamente en el último tercio del
siglo pasado en Colombia, trastocando la civilidad del país y dándole, desde
luego, un sesgo a la literatura que se genera en dichas tierras. Giro que
traerá, para los temas literarios, los mundos que conllevan los personajes
centrales de estas tramas y los grupos de afectados por las mismas.
Por otra
parte, la también colombiana Laura Restrepo ha sabido dibujar perfectamente el
mundo de los desplazados por la ocupación de la guerrilla en comunidades
enteras, ella señala, en su novela La
multitud errante, lo siguiente:
“El albergue (para refugiados de la
violencia), estaba ya de por sí copado hasta el tope la tarde en que llegaron
los cincuenta y tres sobrevivientes de la masacre de Amansagatos. Lograron escapar de la prepotencia armada de
la guerrilla tirándose con niños, ancianos y heridos a las aguas del Opón y
atravesando la selva en extenuantes jornadas nocturnas; por el silencioso cauce
del río”[10].
Y, sin
duda, Laura Restrepo sabe de lo que está hablando en el tema de la guerrilla
colombiana. Una de sus obras más importantes es Historia de un entusiasmo[11]
publicada en 1986 que surge de su trabajo y compromiso en la Comisión Negociadora
de Paz entre el gobierno y la guerrilla colombiana, en el año de 1984.
También
vemos, a través de la novela, la cerrazón de parte del poder político por darle
reconocimiento a grupos subversivos que aparecieron y, en algunos casos, siguen
apareciendo por toda nuestra América Latina. En ese sentido, me parecen muy
representativas las palabras del novelista Santiago Roncagliolo, en su obra Abril rojo, ganadora del premio
Alfaguara de novela 2004, refiriéndose a la guerrilla de Sendero Luminoso en el
Perú, cuando el personaje central de esta novela, el fiscal distrital adjunto
Félix Chacaltana Saldívar, informa a su superior que la comisión de un
homicidio pudo deberse a rescoldos senderistas, el comandante militar de la
zona lo increpa: “Está usted paranoico, señor fiscal. Aquí ya no hay Sendero
Luminoso… Grábese en la cabeza una cosa;
en este país no hay terrorismo, por orden superior. ¿Está claro?”[12].
Es decir,
las instancias de poder quieren que, como ellos, cerremos los ojos ante ciertas
realidades inocultables o bien, que por decreto desaparezcan todos los lastres
sociales que hemos venido arrastrando desde tiempo remotos.
En este
concierto de soledades humanas y abusos constantes, nos encontramos también el
mundo de los migrantes, que han decidido dejar a sus muertos, como lo diría
Juan Rulfo, en la búsqueda de mejores derroteros. Apuesta en la que muchos han
perdido todo, incluyendo la vida. Mundos que, punto aparte, nos muestran uno de
los mayores rasgos de violencia social en nuestras sociedades contemporáneas,
donde los abusos son el pan de cada día. Resulta muy ilustrador la forma en que
Rafael Ramírez Heredia trató este tema en su novela La mara, en la cual podemos tener una pincelada del inframundo en
que se mueven los centroamericanos que intentan llegar a los Estados Unidos y como,
para ello, tienen que atravesar nuestro territorio en el cual, en muchas
ocasiones nos le va nada bien: Aquí una breve cita:
“Los migrantes sólo saben de lo largas que
serán las noches. Ruegan por tener la suficiente fortaleza para seguir
aferrados a su reducto, que defenderán con malévola fibra”[13].
Otro tema
que también es importante rescatar en la voz de nuestros novelistas, y en este
concierto de laceraciones sociales, es cómo la presencia de esta violencia y
muerte se ha vuelto de una cotidianidad asombrosa. Mario Bencastre en la novela
Disparo en la Catedral , referente a
la guerra interna en El Salvador, señala que la convivencia frecuente con la
muerte nos vuelven no sólo insensibles sino hasta despreocupados por su
familiar cercanía. Sobre este asunto permítaseme una cita un poco extensa:
“La siguiente mañana, sumamente preocupado
por la ausencia de Lourdes, me dirigí a esperar el autobús al trabajo. La noche
había sido de terrible incertidumbre, ansiedad y vigilia… En la esquina
opuesta, varias personas examinaban unos cuerpos que descubrieron en la basura
y trataban de establecer su identidad. La curiosidad me hizo atravesar la
calle. Se cubrían la nariz y con palos de escoba espantaban ratas escondidas entre
los cuerpos en descomposición. Sentí un gran alivio al comprobar que ninguno de
los cadáveres se parecía en lo más mínimo a Lourdes. Regresé a unirme al grupo
que esperaba el autobús. El incidente de la esquina opuesta continuaba siendo
el tema de conversación entre varias personas. Otros hablaban de lo caro que
estaba todo y lo fácil que era amanecer muerto en medio de la calle”[14].
Nuestro
recorrido, a través del mundo de la novela latinoamericana y de cómo en ella se
refleja predominantemente el tema de la violencia social en sus diferentes
formas, podría ser más exhaustivo, pero lo que hemos intentado es hacer patente
esta preocupación mediante un breve examen a la novela latinoamericana
contemporánea.
En
conclusión: podemos decir que las nuevas identidades colectivas
latinoamericanas quedan perfectamente identificadas en la novela actual como sociedades
en una disputa violenta por y para el poder. Ello no es sólo una afirmación de
facto, es una síntesis de lo que la sociedad de
Latinoamérica está viviendo y su novelística ha rescatado, que punto
aparte, debemos decir, está muy bien elaborada y con mucha riqueza en sus ideas.
Carlos Fuentes
así lo señala en su novela La silla del
águila, obra que se refiere a las luchas por el poder político en México.
La afirmación de Fuentes se expresa cuando en una carta de Maria del Rosario
Galván a Nicolás Valdivia, personajes centrales de este texto, le dice:
“México está teñido de ríos ensangrentados y
cavado de barrancas fúnebres y sembrado de cadáveres insepultos. Ahora que
debutas en política, mi bello, deseable amigo, jamás pierdas de vista el
desolado panorama de la injusticia que es la sagrada escritura de nuestras
tierras latinoamericanas”[15].
Palabras
lapidarias escritas por Fuentes, que no dejan lugar a la duda de nuestro germen
y tradición de violencia en pro del poder, ya sea este económico o político.
Mismo
tema, el del poder político y sus entretelones, lo observamos también en la
novela Santa Evita de Tomás Eloy
Martínez, en la cual este argentino, más allá del anecdotario mezclado con
aportes de la fantasía en torno al manejo y desaparición del cadáver de Eva
Duarte de Perón, plasma los avatares del pueblo marginal, de “los descamisados”,
de los que menos tienen y que lloran e incluso rezan, ante la muerte, en el año
de 1952, de su santa y mártir Eva Perón.
Otro
ejemplo es La fiesta del Chivo de Mario Vargas Llosa.
A través
de este recorrido histórico literario, observamos como se ha ido trastocando la
temática de nuestra novelística latinoamericana. La novela ha rebasado lo
fantástico y cuasi surrealista, para dar paso a un realismo lacerante que se
inscribe como tendencia temática del nuevo siglo.
Pienso que
hemos realizado un esfuerzo por comprender la identidad latinoamericana a
través de sus novelas que, sin menoscabo de las ciencias sociales, son una rica
fuente de estudio para acercarnos al imaginario de nuestra propia identidad
colectiva y pueden servir como complemento a los trabajos que se estén
realizando desde otras trincheras.
¡¡MUCHAS
GRACIAS!!
México,
D.F., 15 de noviembre de 2007
[1]
Ponencia Presentada en el Coloquio “Memoria e Identidad”, organizado por el
Claustro de Historia de la
FES-Acatlán /UNAM, el 15 de Noviembre de 2007.
[2]
Mauricio Yáñez es historiador y narrador, también es profesor de la materia de
“Historia de México Contemporáneo” en la Escuela Nacional de
Antropología e Historia (ENAH).
[3]
Jorge Volpi señala que la novela “…es
un vehículo para la transición de ideas y emociones, convertidas en historias… Al igual que la ciencia, la filosofía o las
ciencias sociales, la novela es antes que nada una forma de conocimiento”.
Volpi,
Jorge. “notas sobre el arte de la novela” en Revista de la
Universidad de México. Nueva época, No. 12. Febrero de
2005.
[4]
Volpi, Jorge. Op. cit.
[5]
González-Ortega, Nelson. La
Novela
Latinoamericana de
Fines del Siglo XX: 1967-1999. Hacia una tipología de sus discursos.
Proyecto de
investigación “Nuevas voces en un mundo plural: un estudio de las narrativas
hispánicas de fines del siglo XX”. Universidad de Oslo, Noruega.
[6]
José Agustín. “La onda que nunca existió” en Revista de crítica literaria latinoamericana. Año XXX, No. 59.
Lima-Hanover. Primer semestre de 2004. págs. 9-17.
[7]
Tomado de la página web: www.kalipedia.com
[8]
García Márquez, Gabriel. Noticia de un secuestro. México. Diana.
1996. pág. 31.
[9]
García Márquez, Gabriel. Op. cit.
págs. 93-94
[10]
Restrepo, Laura. La multitud errante. Colombia. Palneta
Colombiana. 2001. pág. 129.
[11]
Restrepo, Laura. Historia de un entusiasmo. Colombia.
Aguilar. 2005. pp. 385.
[12]
Roncagliolo, Santiago. Abril rojo. México. Alfaguara. 2006.
págs. 45-47.
[13]
Ramírez Heredia, Rafael. La mara. México. Alfaguara. 2004. pág.
15.
[14]
Bencastro, Mario. Disparo en la Catedral. México.
Diana. Pág. 153.